jueves, 27 de octubre de 2016

La Sierra de Albarracín en Bicicleta: Mirador de la Portera-Griegos (I)

Una luz escueta y vacilante interrumpe mi sueño. La pequeña ventana de la habitación en la que he dormido no le permite ir a más en el interior. He dormido a ratos. Un roedor, puede que algún escarabajo de la madera, ha estado dándose un buen atracón justo debajo de donde yo me había echado a pernoctar y su rosigar infatigable, en la densa penumbra del refugio, ha logrado despertarme en demasiadas ocasiones.  El resto del tiempo, soy terriblemente consciente de que mi sueño no ha sido en absoluto profundo. Con el anuncio del nuevo día decide retirarse a descansar y hacer la digestión y ese respiro que me concede, lo aprovecho para dormir algo más.

El refugio del Mirador de la Portera es una pequeña mansión. Todo lo que un cicloturista pudiera desear, el edificio lo tiene. Dispone de salón-comedor con un enorme hogar en el que poder acometer la preparación de las más exquisitas viandas y junto al que poder mantener una reconfortante charla y prevenirse del frío. También, de un amplio dormitorio en el que, a modo de literas, a la pared se han fijado varios troncos partidos por su mitad sobre cuya superficie plana uno puede echarse a dormir o, simplemente, descansar y en el que hay una pequeña estufa cilíndrica de hierro, con el cometido de impedir que sus ocupantes fenezcan congelados durante las ásperas noches del invierno serrano.

Refugio del Mirador de la Portera
Anoche se escuchaba la larga voz del cárabo. Zorzales charlos y mitos han acudido a los prados que circundan el refugio para darme los buenos días bien de mañana. Voy donde las cuarcitas, a revisar los mensajes del móvil y a disfrutar de esta vista por esa última vez. Cuesta creer (es un decir) que el suelo que piso, a 1750 metros de altura sobre el nivel del mar, fue hace unos 500 millones de años, en el Ordovícico, una plataforma marina en que se acumulaban las arenas y los lodos producto de la erosión, de los inquietos agentes geológicos, sobre ese gran continente que fue Gondwana. Si bien, una vez puesto en canción, no tan difícil (otro decir) imaginar que los artrópodos primigenios que llenaron mi infancia de ensoñaciones fantásticas reptaron por el cuarzo que hoy aflora. Especies de trilobites que dejaron su impronta en el fango marino, surcos producto de su particular caminar cuyos moldes, supuestamente fáciles de encontrar en estas rocas ordovícicas, reciben el nombre de cruzianas.

Cabras de mañana en el Mirador
Tengo poco que hacer aquí. Recojo los bártulos y marcho. Atravieso el prado donde apenas unos minutos antes un rebaño de cabras domésticas salían de su ayuno dando buena cuenta del herbazal y de los brotes tiernos de las ramas, de los pinos silvestres, más cercanas al suelo. Regreso a la pista forestal que ayer tarde me condujo hasta estos pagos y pongo rumbo a Griegos. 

Supero sin contratiempos lo que me resta de subida. Suelo silíceo: arena suelta y la rueda que pierde agarre y gira en el vacío y mi esfuerzo que se despilfarra, inútil. Si bien, mejor ahora que a las siete de la tarde. Voy sobrado de fuerzas.

Peligro, ganado bravo
Una cerca delimita una porción de monte en que ganado bravo, según sostiene el letrero, anda suelto y es preciso andarse con cuidado. Paso confiado el canadiense, las barras tumbadas sobre el suelo disuaden a los bóvidos de abandonar el cercado y suponen un magnífico invento para ahorrarse la portera e indeseados escapes cuando alguien olvida cerrarla. Paso confiado, soy vegetariano y no tienen nada contra mí, no habrá problemas.

Prosigo. Tomo velocidad; la pista desciende y culebrea por entre los pinos vigorosos. A esta altitud, entre los 1.500 y los 1.900 metros, están en su salsa. Siento las esquilas en la distancia, pero no veo ni un solo animal. Éste ha sido siempre un territorio muy antropizado en que la ganadería ha jugado un papel sustancial en su economía desde antes de que fuese integrado al reino de Aragón en 1284 por Pedro III. 

Cercado para el ganado entre el Mirador de la Portera y la carretera A-1512
De la lana vendría su esplendor económico durante la Edad Moderna, como así atestiguan los grandes edificios civiles y religiosos de la época y las huellas que, en el paisaje, han dejado estas actividades, a pesar de la despoblación atroz que sufre este territorio y que a nadie parece preocupar ahí arriba, en las instituciones aragonesas que capacidad tuvieron, sin embargo, en otro tiempo, para redactar fueros y cartas puebla que favorecieran consolidar el número de almas de estos, y de otros, agrestes lugares en Aragón. Así dicen las Cortes de 1451: siempre habemos oído decir antigament e se trova por experiencia, que atendida la gran esterilidad de aquesta tierra e pobreza de aqueste Regno, si non fues por las libertades de aquél, se irían a vivir y habitar las gentes a otros Regnos e tierras más fructíferas. 

Un territorio ganadero desde antes de ser integrado al reino de Aragón en 1284
Y tanto va el cántaro a la fuente que de bruces me doy con unos corrales que, deduzco, son empleados para marcar el ganado cuyas esquilas escucho en la distancia impenetrable del pinar albar. Afoto las instalaciones. Hago equilibrios encaramado sobre el murete para buscar ángulos imposibles de encontrar en pie, sobre el suelo. ¡Qué buena honra me hubiese hecho un gran angular! ¡Incluso un ojo de pez! 

Cancela afotada desde el equilibrio que proporciona el murete
La pista desemboca en el asfaltado. Tomo el sentido que considero correcto. En muy breve tiempo las señales de tráfico me indican que voy hacia Orihuela y Bronchales. Me río por no llorar. Toca que desande lo andado, o mejor, que descicle lo ciclado. Vuelvo a detenerme. ¡Voy a llegar a Griegos a las diez de la mañana! ¡Qué diantres voy a hacer el resto del día! 

Me replanteo la situación. Saco el mapa. Ya está, me voy a Noguera y luego a Tramacastilla. A lo tonto modorro van a ser unos 50 kilómetros, que ya parece más lógico para una jornada de pedaleo completa, en condiciones. Vuelvo a desciclar una parte de lo ciclado. Me cruzo con un ciclista de carretera con el que me he cruzado previamente y el pobre hombre debe alucinar pepinillos al verme. Me pienso tonto de capirote. 

Puerto de Noguera, 1.695 metros
Puerto de Noguera. Un poco de chiste, no he subido prácticamente nada. Eso sí, ahora toca descender un buen pedazo hasta Tramacastilla, situada a 1.260 metros sobre el nivel del mar, y volver a subir hasta Griegos, a 1.601, una de las poblaciones a mayor altitud de la Península, para pernoctar. Y he dormido por encima de los 1.700. Esto va a ser un sube y baja de no te menees y voy, todavía, sin desayunar. Esta claro que no sólo de pan vive el hombre.

La carretera del Puerto es un rímel asfáltico que se corre sin que nadie lo remedie y que provoca vergüenza al seguir su desastroso trazado atascado de baches y de parches, fuera de la hipnosis que el espléndido horizonte impone, . Las autovías que profundas heridas ocasionan en el paisaje, por las que rápido se llega, rápido se marcha. Pero estas infraestructuras ojerosas anteceden a la muerte. Siento pena por este país chiquito que parece abocado a desaparecer si sus gentes no se rearman. Y me apena mucho más ser consciente de que, para la mayoría de preguntas, no tengo respuestas. 

Esas ojerosas carreteras de Teruel
Fuera del pinar, superado el puerto de Noguera, a la derecha indica la señalización, la Peña del Castillo. Es un promontorio rocoso del que, parece, pueden obtenerse bellas vistas. Me salgo de mi ruta y dejo la bicicleta en su base para comenzar la trepada por la roca. No hay peligro, aunque habré de parar cuenta no vaya a ser que la líe. Voy solo, nadie demandaría ayuda si caigo. 

Llego arriba con resuello de sobra. Me siento un rato en el pitón volcánico a contemplar lo que se extiende a mis pies. La vegetación es abierta y marojos de pequeño porte abren sus ramas a los aires y a las lluvias del cielo, en la base de la formación volcánica, entremezclados con los pinos. Los abisales orígenes de la Tierra me golpean de nuevo, el cono volcánico relleno de lava solidificada expuesta por la erosión me colocan nuevamente en mi lugar.

Peña del Castillo
Tomo varias fotografías con el automático de la cámara. El que me sucede pensar, es el mejor lugar para emplazarla, sobre la roca, me resulta inseguro; si esbara la cámara rematará decenas de metros más abajo, hecha añicos. Apostaremos por no jugar con fuego. 

Una vez he terminado de tomar fotografías, satisfecho de lo contemplado, desciendo con precaución. Sigo viaje hacia Noguera de Albarracín. Es un veloz y divertido descenso.  Llegó sin hambre a pesar de no haber probado bocado esta mañana. Y tan sólo tomaré café.

Noguera de Albarracín

1 comentario:

  1. Preciosa crónica. ¡Cuánto has disfrutado!¡Cuánto has aprendido! Imagino que estos viajes te ayudan a comprender mejor Aragón. Es necesario. Un abrazo.

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