domingo, 9 de marzo de 2014

La primavera se barrunta en Susín

Subo a Susín con cierta frecuencia a cumplir con más de una promesa de las que le hice a una buena amiga y a sentirme todavía en su compañía, ahora que ha marchado por esa desconocida senda que habremos todos de seguir alguna vez. Con el viaje espacial realizo también uno en el tiempo, pues el lugar se conserva tal y como estaba hace medio siglo, habiendo sobrevivido a la locura del ladrillo, y siendo un magnífico ejemplo, es muy probable que el único, de cómo eran las poblaciones pirenaicas entonces.  Antes de llegar, un busardo ratonero hace de anfitrión y me recibe regalándome un vuelo muy próximo, gracias al que puedo admirar su rebusto cuerpo de bella factura.  Es un anticipo, sin duda me anuncia lo hermoso del tramo a pie que resta hasta llegarse al pueblo. Un pico picapinos juega al escondite entre la espesura forestal aprovechando el tronco de un quejigo para ocultar su cuerpo a las miradas inquisitivas de los senderistas, tal y como habitúan a comportarse estos pájaros carpinteros de mediano tamaño. Siempre se escucha cantar a carboneros y petirrojos en la uniformidad de estos pinares que rompe, con encanto, algún roble imponente de los que se empleaban, antaño, para definir los lindes de las fincas. Qué rabia da, a menudo, no llevar encima un buen equipo fotográfico.


El trabajo de volver a levantar los vetustos muros de piedra no impide descubrir lo que pasa inadvertido a menudo. Un ejemplar de mariquita de dos puntos, coleóptero al que su color negro ayuda a absorber el calor en lugares de baja irradiación, trata de ocultarse en los pliegues de uno de los árboles de pequeño porte, aún desnudo de follaje, que se asoman al camino que conduce a la ermita de la Virgen de las Eras. Los coccinélidos son unos escarabajos pequeños, por lo general esféricos, de patas cortas y retráctiles conocidos vulgarmente como mariquitas. El más conocido es la omnipresente mariquita de Dios o de siete puntos, lo que no evita que existan otras especies tan hermosas, o incluso más. Su apariencia entrañable oculta su naturaleza depredadora, siendo un magnífico aliado en el control de las poblaciones de pulgones y cochinillas, a los que caza y devora con fruición, cuando se trata de no llenar el planeta de sustancias ponzoñosas cuyos nocivos efectos son todavía desconocidos. 


En el prado de detrás de las casas y bordas del lugar, los jabalíes han hecho de las suyas y no hay espacio que no hayan hozado en busca de bulbos y raíces. Sus excrementos aparecen aquí y allá, algunos de los cuales son de un tamaño considerable, confirmando la participación, en el chandrío, de individuos imponentes. Invierno en estas latitudes es un padre severo que apenas ofrece qué comer a sus vástagos, quizá sea esta la razón de que los señores del bosque hayan forzado el pasto con semejante profusión. Un padre severo presto a dejar su sitio a la nueva estación.


El eléboro es una hierba perenne que gusta de la umbría y que, debido a su toxicidad, se conoce popularmente como hierba del ballestero, al utilizarse su savia para pringar los dardos y flechas con la perversa idea de infligir un mayor daño al enemigo. Sus flores campaniformes, poco vistosas salvo un testimonial ribete rojizo, asoman pronto, aprovechando la luz que llega al sotobosque los últimos días de invierno, antes de que los árboles caducifolios se hayan vestido de hojas nuevas.  No se demorarán, los días se vienen alargando desde hace semanas, el entorno ha ido cogiendo temperatura y están los eléboros en flor: se barrunta ya la primavera.


Susín, Tierra de Biescas, 22 de febrero de 2014

1 comentario:

  1. A veces te preguntas si comerán algo esas mariquitas en esta época.

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